El ser no nos viene dado ni prefijado, como a los
demás seres del universo, sino que tenemos que elegirlo nosotros. “Ese ser que el
hombre se ve obligado a elegirse es la carrera de su existencia” (Ortega
y Gasset[1]). Y
desde el virtual punto de llegada a ese objetivo que, para ser, hemos de
alcanzar, emite su llamada dentro de nosotros mismos. Esa llamada, esa voz que
reclama cumplir con la tarea que nos exigimos para llegar a ser el que sentimos
que tenemos que ser es la vocación.
Pero ese objetivo por cumplir no es algo realmente
existente, sino que está en nuestra imaginación, y puesto que la vida es
caminar hacia ese lugar imaginado, podemos decir que la vida es obra de la
fantasía. Los hombres vivimos porque tenemos imaginación.